el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 30 de junio de 2011

30/ 06: FREEWAY


Diez años! Diez larguísimos años tardó el genio canadiense Mark Kalesniko en terminar esta impresionante novela gráfica. Son 410 páginas, o sea que es lógico que lleven su tiempo… pero 10 años es una monstruosidad! Sobre todo con lo cebados que nos dejó con su obra anterior, la fundamental Mail Order Bride. Pero bueno, ahora que salió Freeway, seremos pocos los que nos acordemos de Mail Order Bride, porque Freeway es mejor.
Me acuerdo que, cuando reseñé Mail Order…, dije “Kalesniko es cualquier cosa menos intrascendente, y eso se debe a que el tipo PONE TODO. Hasta su propia vida, que no tiene reparos en exponer, mínimamente camuflada detrás de sus personajes”. Esta vez el camuflaje es mínimo. El protagonista se llama Alex Kalienka, pero la vida del personaje ES la de Kalesniko, tal cual. Freeway no es exactamente autobiografía, porque tiene elementos fantásticos, pero sin dudas se sostiene en las experiencias vividas por el autor, tanto en su vida laboral como de pareja.
El elemento más destacado en la trama es un embotellamiento, el clásico kilombo de tránsito que se vive todos los días en las alucinantes autopistas que recorren todo el Gran Los Angeles, que se llaman “freeway” y no “highway” porque –como su nombre lo indica- son gratis, no tienen puestos de peaje. Kalesniko usa al embotellamiento como metáfora de una vida estancada, que parece no avanzar, que te pone tenso al pedo, en ese limbo extraño en el que no estás laburando, pero tampoco estás en tu casa haciendo lo que se te da la gana. En realidad, como en Mail Order Bride, el tema central de Freeway es el abismo entre las expectativas del joven Alex (que se viene desde Canadá a trabajar en la industria de la animación) y la realidad con la que se encuentra una vez que empieza a trabajar en los estudios Disney (aunque acá no se llaman Disney).
Un personaje lo define en una sóla frase, brillante: “la animación es como el chorizo: se disfruta más si no sabés cómo se hace”. Como ya lo hiciera Guy Delisle en la increíble Pyongyang, Kalesniko le saca un jugo impresionante (por momentos escalofriante) al backstage de un largo de dibujos animados, con las internas, los puteríos, los mediocres que ascienden a costas de los talentosos, los jefes miopes, la infinita cantidad de boludeces que –en la práctica- importan más que la calidad artística del producto en el que trabajan esos tipos, que alguna vez fueron artistas, pero a los que el sistema terminó por convertir en engranajes.
El elemento fantástico es excelente: en muchos tramos del relato, la imagen se difumina y saltamos hacia atrás dos generaciones, a ver la vida de un Alex Kalienka que no existió, pero que podría haber sido el abuelo del actual. En esa Los Angeles de los años ´30 y ´40 (magistralmente dibujada por Kalesniko, que se documentó a full), el sueño del artista que quiere volcar su talento en la industria de la animación, ser justamente reconocido y vivir con dignidad y felicidad (sin manejar una hora y media de casa al trabajo y del trabajo a casa) era real, y el contraste con el Alex del presente, a veces te conmueve y otras te indigna.
Por si faltara algo para que esta novela gráfica vaya a la lista de las mejores publicaciones de lo que va de 2011, tenemos a Kalesniko dibujando en todo su esplendor. Con su trazo engañosamente simple, su formidable destreza narrativa, su laburo meticuloso en fondos, detalles… y embotellamientos! Con secuencias cinematográficas, con splash pages y páginas de 15 ó 16 viñetas, con un dibujo dinámico, expresivo, con un gran cuidado en el lenguaje corporal, excelentes trucos para las transiciones entre secuencias… Todo el ritmo del relato está perfectamente controlado por un maestro del timing, que construye personajes y escribe diálogos como los grandes guionistas y dibuja como los grandes dibujantes.
La próxima vez que te morfes un embotellamiento en la General Paz, en la Panamericana o en la 25 de Mayo, tomátelo con calma: seguro que vas a tardar menos de los 10 años que tardó Mark Kalesniko en recorrer su inolvidable Freeway.

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