el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 21 de enero de 2015

21/ 01: TINTIN EN EL PAIS DEL ORO NEGRO

Este es uno de los libros de Tintín que Hergé hizo dos veces. La primera vez, entre 1939 y 1940, salió por entregas semanales en Le Petit Vingtiéme y en Coeurs Vaillantes, combinando páginas a color con páginas en blanco y negro. Una vez liberada Bélgica de la ocupación nazi y después de una temporada de perfil muy bajo debido a su (bastante evidente) simpatía por el régimen instaurado por los invasores, Hergé vuelve a la carga con una segunda versión de esta aventura, que se publica entre septiembre de 1948 y Febrero de 1950 en la revista Tintin, también mezclando páginas en blanco y negro con páginas a color. En 1950 se edita el álbum a todo color, que es el que todos conocemos, no? No. En 1971, el creador vuelve a meter mano en la obra y cambia los diálogos para inventar un país ficticio de Medio Oriente y eliminar todas las referencias a la Palestina ocupada por el Reino Unido, que era la ambientación originalmente elegida para la historia. La versión que nos llegó a nosotros, traducida al castellano, es la que sitúa la aventura en el país ficticio de Khemed.
Ya te nombré a Medio Oriente y el título hace clara referencia al petróleo, con lo cual ya te imaginarás para dónde va la cosa. Hay un villano que sabotea los oleoductos para adulterar el petróleo, una epidemia de accidentes generados por este combustible adulterado, jeques y presidentes de los países petroleros acorralados por la caída en las ventas y –lógicamente- un avechucho que intentará sacar provecho de la situación. ¿Qué hace Tintín en medio de esa runfla? No se entiende bien. Movido puramente por la curiosidad (porque el caso no involucra a ningún amigo suyo, ni lo convoca oficialmente ningún gobierno, ni cae en Khemed por accidente), el pibe del jopito se va a embarcar rumbo al país del oro negro, va a meter la nariz donde nadie lo llamó y, como siempre, va a terminar por desenmascarar a los villanos.
En el medio, también como siempre, va a vivir peripecias increíbles, peleas, persecuciones, tiroteos, capturas a manos de distintas facciones y demás peligros de los que es muy difícil salir vivo si sos un pibe de 16 años y te toca protagonizar una historieta con ciertas pretensiones de realismo. El verosímil se termina de hacer añicos nueve páginas antes del final, cuando irrumpe en Khemed a rescatar a Tintín nada menos que el Capitán Haddock, que no había aparecido ni una sóla viñeta en las 53 páginas previas. ¿Quién le avisó? ¿Cómo llegó? Hergé no dedica ni un globo de diálogo (y eso que hay muchos) a explicarlo.
El resto de los elementos inverosímiles son mucho más tolerables, porque tienen que ver con la comedia, con las secuencias netamente humorísticas que mecha Hergé para diluir un poco el espesor de una trama compleja, y que casi siempre pasan por la formidable dupla Hernández-Fernández (Dupond-Dupont en francés). Acá los ineptísimos gemelos tienen escenas realmente brillantes y son, durante un buen tramo de la obra, el hilo conductor de la aventura. Por supuesto no estoy contando entre los elementos fantásticos o inverosímiles a las casualidades, que son moneda corriente en los argumentos de Hergé. Y entre los elementos cómicos hay que mencionar también a Abdallah, el indómito hijo del Emir, un borrego insufrible, que llegó a ponerme muy nervioso.
En ese equilibrio finito pero muy logrado entre la aventura intensa y ambiciosa y la comedia muchas veces virada al slapstick, El País del Oro Negro sale bastante bien parada, sobre todo gracias al ritmo. Una vez que pasamos esas primeras 8 ó 10 páginas en las que se habla demasiado, la historia agarra un ritmo muy entretenido, con mucha acción. Para cuando arranca la segunda mitad, vuelven los gigantescos globos de diálogo, pero con un agregado interesante: acá ya queda clarísimo el conflicto, de qué juega cada uno de los involucrados, y ya está operando a full el principal villano, que tiene la chapa de haber enfrentado a Tintín en una aventura anterior. La acción recobra protagonismo en las páginas siguientes y ya sobre el final, cuando llega el epílogo, de nuevo Hergé nos ametralla con monólogos infinitos en los que los personajes pasan en limpio lo sucedido.
Del dibujo ni pienso hablar, porque ya reseñé varios álbumes de Tintín y no me quiero repetir como un nabo. Creo que lo mejor del libro es cómo Hergé aborda el tema de los conflictos que estallan en Medio Oriente como consecuencia del gigantesco negocio del petróleo. Y obviamente el hecho de que el belga hablara de este tema (candente aún hoy) en 1939, en una historieta infanto-juvenil. Como me pasó el 09/11/12 con La Oreja Rota, sentí que Hergé estaba escribiendo hace 75 años acerca del mundo de hoy. Un auténtico preclaro.

1 comentario:

Sucubo dijo...

Herge:
Un hombre maravilloso que amaba a todos los niños.
Incluso aquellos de razas inferiores