el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 25 de octubre de 2017

SI, HOY TAMBIEN… ¿Y?

En un flashback bizarro a 2010-2015, esta semana clavé tres posts en tres días seguidos. ¿Está mal? Quiero llegar a los 100 este año, tengo un rato libre para escribir y los dos últimos libros que agarré para leer eran cortitos, de menos de 64 páginas, con lo cual me los bajé en menos de un viaje en bondi.
Arranco con Tintín: El Templo del Sol, continuación del álbum que reseñé el 13/09 de este año. Y me llama la atención lo mismo que en la primera parte: la brutal decompresión de la trama, los esfuerzos desmedidos de Hergé por estirar el relato para que dure 62 páginas, cuando lo que tiene para contar podría resumirse en… 24 páginas, a lo sumo. Si dejamos de lado el dibujo (que es perfecto de punta a punta), lo más atractivo que tiene El Templo del Sol es que te hace comer el amague de que los aborígenes peruanos van a ser los villanos, y al final Hergé te la da vuelta y los pone en otro rol. Lo cual deja a la historia sin villanos y le resta fuerza al conflicto, pero bueno… peor hubiese sido si los malos eran los indios.
Si el conflicto se resuelve charlando civilizadamente y sin que los buenos se peleen con nadie, ¿con qué llenamos tooodas esas páginas? Pericipecias en la jungla, con serpientes y cocodrilos a los que Tintín y Haddock masacran sin piedad, accidentes en la alta montaña, chistes de Hernández y Fernández, pantomimas risueñas de Milú… Páginas y páginas desperdiciadas en este tipo de secuencias que podrían tranquilamente no estar… y que son muy lindas de mirar, porque la narrativa de Hergé te atrapa quieras o no, y el dibujo (como ya dije) es una maravilla. La verdad es que con Las Siete Bolas… y El Templo… se podía haber armado un muy buen álbum con 62 páginas de palo y palo, con más ritmo, menos chistes y menos peripecias anodinas de las que no le aportan nada a la trama excepto la erosión del verosímil. Pero bueno, esto se escribió para serializar en una revista que leían los chicos de 1950, a los que por ahí les divertía muchísimo ver a los héroes zafar de uno y mil peligros imposibles, durante días y días en los que apenas duermen y no sabemos si comen…
¿Te acordás de las Tragedias del Rock, esos álbumes dedicados a contar las vidas de grandes estrellas de la música que se fueron al descenso relativamente pronto? Por el blog pasaron las tres que salieron en Argentina: John Lennon (03/09/11), Michael Jackson (08/09/11) y Bob Marley (13/09/12). Pero se llegaron a producir algunos álbumes más que acá no se editaron y hace poco conseguí el de Jim Morrison, escrito por Luciano Saracino y dibujado por Quique Alcatena (realizado en paralelo a aquella gema bizarra de la misma dupla que fue Ricardito MiniPYME).
El guión de Saracino logra con creces su principal cometido: contarnos la vida del Rey Lagarto. Pero además logra (también holgadamente) generar intriga acerca de su personalidad excéntrica, caótica, turbulenta, y acercarnos a su poesía, esa que -50 años después- conserva intacto su fulgor incandescente. Como se supone que esto lo van a leer adolescentes, Saracino nos mezquina un poco el sexo y las drogas, tan importantes como el rockanrol para entender la figura de Morrison. Pero fuera de eso, el guión no condesciende en absoluto para con el lector, sino que lo desafía a explorar con bastante profundidad a un personaje realmente complejo.
El dibujo de Alcatena al principio puede resultar medio alienígena, porque estamos acostumbrados a verlo dibujar epopeyas protagonizadas por guerreros y hechiceros de mundos fantásticos, en libros de 15 x 22 cm., y en blanco y negro. Acá nos cuenta la historia real de un tipo que existió en el mismo mundo que el nuestro, en un libro de 29.5 x 21 cm., y a todo color. Entonces los ases que Quique saca de abajo de la manga pasan a ser otros: la recreación perfectamente documentada de esos años alucinógenos (fines de los ´60 y principios de los ´70), las ilustraciones zarpadas con las que abre cada capítulo o con las que acompaña fragmentos de las letras de Morrison, los experimentos en la puesta en página y el uso del color para enfantizar los climas por los que transita la historia. Lo único que no me cierra es el tamaño de los globos y los bloques de texto, muy grandes en proporción al tamaño de la página, como si uno fuera a leer la historieta parado a 20 metros del libro. Con globos y captions más pequeños, la magia pictórica de Alcatena se luciría aún más.
Esto está editado en Brasil (acá nomás), así que si sos un Alcatenófilo perdido en el laberinto de este genio del Noveno Arte, o si seguís a Saracino hasta el fin del mundo, o sos hardcore fan de The Doors, seguramente con un pequeño esfuerzo podrás sumar este tomo a tu colección.
Prometo no postear mañana… y volver ni bien tenga un par de libros leídos.

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